Ningún piloto campeón del mundo de la F1 ha sido un santo o una madre de la caridad. Para ganar ese título hay ser un ser despiadado, sin remordimientos, un depredador que puede 'alimentarse' hasta de los de su misma 'especie'. Así es Max Verstappen, y por eso es bicampeón del mundo y máximo candidato en 2023.
El piloto de Red Bull que porta el número 1 en el auto puede parecer desleal o patán, sobre todo en los últimos meses de su relación con Sergio Pérez, pero el neerlandés sólo sigue la ruta que muchos otros monarcas de la Fórmula 1 han seguido para coronarse: arrasar con todo, incluido su coequipero.
Lewis Hamilton, tal vez con más diplomacia, pero rara vez dejó algo para Valtteri Bottas y cuando se descuidó Nico Rosberg le quitó la sopa de la boca.
Sebastian Vettel no tuvo empacho en hacer la guerra a Mark Webber cuando sintió que el australiano podía ser una amenaza y en Malasia 2013, no hizo caso a las órdenes de equipo, la famosa 'Multi 21′ y acabó con su amistad, pero al final se llevó el título mundial.
Fernando Alonso, el español bicampeón del mundo y ahora piloto más veterano y con más Grandes Premios arrancados es un ser implacable que tiene más de dos décadas 'haciendo amigos' en la F1, gracias a su extrema competitividad.
Michael Schumacher, ahora venerado siete veces campeón del mundo, dejó páginas de extrema violencia en las pistas como cuando 'perdió' el control en Australia y golpeó el Williams de Damon Hill, Schumi ya estaba fuera de acción, pero si lo dejaba pasar se coronaba el inglés.
O recordemos el cerrón inmisericorde del gran 'Schumi' sobre Jacques Villeneuve que de milagro sólo dejó su neumático tatuado en el pontón del también Williams de canadiense y que como consecuencia le trajo la pérdida de todos los puntos del campeonato y, además para fortuna de la justicia, permitió que el hijo de Gilles fuera el monarca.
En Ferrari, nombrado número 1 indiscutible tuvo a su 'servicio' a Rubens Barrichello y Felipe Massa, pero cuando Eddie Irvine osó insubordinarse a Ferrari, luego de que Schumacher se rompió una pierna en Silverstone, eso le valió su boleto de salida de la Scuderia.
Y ni qué hablar de Alain Prost, Ayrton Senna, Nigel Mansell, Niki Lauda, Nelson Piquet, Keke Rosberg, el más blandito era de granito.
Así, Max Verstappen no se tienta el corazón para robarle la paleta a un infante ni para negarle puntos a su coequipero cuando buscaba el subcampeonato o para hacer como que no oye las órdenes de su ingeniero Gianpiero Lambiase y lanzarse por el punto de la vuelta rápida, cuando Red Bull quería que no se arriesgara más en el Gran Premio de Arabia Saudita, de hace unos días.
En concreto, Max Verstappen hace su trabajo, no va a ceder, sin importar que su coequipero sea Checo Pérez, Alex Albon, Pierre Gasly, su padre o su hermana. Y menos lo va a hacer si ve que el otro piloto que posee un RB19 está cerca en los tiempos y en ritmo de carrera.
El número de declaraciones rudas y acciones polémicas de Verstappen es proporcional a la presión que pone Checo Pérez. Cuando el mexicano no era ninguna amenaza para los objetivos de Max, el neerlandés era el más amigable de los compañeros de equipo.
En el automovilismo, el primero de los 'enemigos' es el piloto del garage de a lado, el que viste los mismos colores, el que maneja el mismo monoplaza y cuando se trata de competir no hay cesiones ni ayudas posibles.
Es como es. Tal vez, Max Verstappen podría ser más elegante en la victoria y la derrota, como lo dijo el campeón de 2016 Nico Rosberg, seguramente podría quedar como un príncipe con mucha más clase y elige estar como un ruin villano, algo que por cierto le tiene sin cuidado. Pero eso es cuestión de estilo, educación, al final lo que cuenta para Red Bull es lo que haga en la pista.
El límite a sus actitudes está en la pista, que su descaro irredento no lleve a que él o su compañero, o los dos choquen o abandonen.
La crítica a Verstappen debe encontrar la mesura y la justa medida, porque si fuera Pérez el que dominara y aplicara acciones polémicas a su favor, sus seguidores lo verían como un síntoma de fuerza, de carácter y de competitividad.
Si Checo Pérez quiere ser campeón de la F1 deberá vencer al mejor, y el mejor, hoy por hoy, es Max Verstappen, deberá hacerlo en su mismo juego sin miramientos ni suavidad, no es necesario, porque el piloto de Países Bajos es el ser humano menos diplomático en el paddock del Gran Circo.