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Ni Nikola Jokic, ni Joel Embiid: el mejor es Giannis Antetokounmpo

"Estoy aquí porque estoy desesperado. No tengo tanto talento como Steph [Curry]. No tengo tanto talento como KD [Kevin Durant]. Estoy jodidamente desesperado. Obsesionado. Tengo miedo de perder lo que Dios me ha dado y la vida que le he podido dar a mis hijos, mis hermanos y mi madre. Por eso trabajo tan duro como puedo, porque no quiero perder todo esto".

Giannis Antetokounmpo, la versión posmoderna del Capitán América dentro de la NBA, tiene físico de superhéroe, pero él se siente humano. Admite debilidades, no oculta carencias, y se ve más como un producto consolidado por la perseverancia. Fruto del trabajo y no del talento.

Giannis ha sido el ejemplo vivo del pase de mendigo a millonario. De no tener nada a tenerlo todo. De dormir en la misma cama que sus hermanos Thanasis, Alex, y Kostas a pasear hoy por las habitaciones de su mansión en River Hills. Hijo de los emigrantes nigerianos Charles y Veronica, Giannis pasó de vender relojes, CD’s y gafas hasta los 17 años, a probarse un anillo de campeón NBA a los 26. Conoce la piedra y el oro. El barro y las alfombras. Los bancos de las plazas y los hoteles cinco estrellas.

El sabe muy bien que nadie en la vida puede conseguir las cosas solo. Somos nosotros, pero mucho más que eso somos nosotros y el entorno que nos rodea. Y así, con esa máxima a cuestas, lucha centímetro a centímetro con los suyos para obtener resultados.

Antetokounmpo es un especimen extraño dentro de la NBA. Es una estrella, el mejor jugador por kilómetros de distancia respecto al inmediato perseguidor, pero sin embargo se habla poco de él. O por lo menos mucho menos de lo que se debería. La razón es clara: en una Liga plagada de estrellas que emulan a Dorian Gray, en un océano de herederos de Narciso y sus circunstancias, Giannis escapa a una lógica de la mayoría que es pura histeria: seducir a las masas para luego no concretar.

El alero griego multiposición, perteneciente a la familia de jugadores híbridos de laboratorio, es pragmatismo en estado puro. Dinamismo, vértigo y por sobre todas las cosas ejecución. Todos hablan y él concreta. Es contenido por encima de la forma, resultado cabal en un universo de fantasías y promesas vanas.

Antetokounmpo es el mejor jugador que hace al mejor equipo. O viceversa: el mejor equipo que hace al mejor jugador. He aquí una batalla vencida al ego común que escapa a las cámaras: Giannis es el mejor porque hace mejores a los demás. Porque disfruta con el éxito ajeno, porque escapa en su naturaleza al "yoísmo" desmedido de otras figuras de su calibre. Tan es así que nunca se vio tan extraña su figura con aquel rebote inventado frente a los Washington Wizards para finalizar la noche con un triple-doble. Fue algo tan absurdo, tan impropio de él y su carrera, que seguramente se sintió avergonzado solo por el impulso, que fue mucho más ridículo que ingenioso. Resulta casi imposible pensar que algo así vuelva a ocurrir con Antetokounmpo.

76ers no pueden frenar el ataque de Giannis

La defensa de Philadelphia vuelve a sufrir el ataque del griego y los Bucks sacan delantera de 20 puntos en el último cuarto.

Observemos el trabajo de Milwaukee. Más allá del campeonato obtenido en 2021, algo que sin dudas le da otra piel como figura, lo interesante es ver qué hizo Antetokounmpo con eso. Lejos de querer ir a un mercado más grande, discutir contratos a los gritos para las cámaras, o quejarse de manera recurrente, logró hacer algo casi imposible: aparecer cuando el equipo lo necesita y correrse a un costado cuando la ventaja está en otro lugar. Así surgieron estrellas como Jrue Holiday en el perímetro, creció Khris Middleton como alero anotador, Brook López pasó a tener un plano protagónico en los dos costados de la cancha, Bobby Portis siguió siendo factor X y sumaron, entre otros, a Joe Ingles, uno de los hombres más inteligentes que juegan en la NBA.

Giannis encontró el secreto del juego a tiempo: él es mejor cuando los demás son mejores. Uno para todos y todos para uno. Los Bucks destrozaron a los 76ers el domingo por la noche y alcanzaron su triunfo número 56 en serie regular. Es la tercera temporada de cinco disputadas a las órdenes de Mike Budenholzer que los Bucks tienen más de 55 triunfos en serie regular. Por supuesto, el cuerpo técnico en esta construcción de Antetokoumpo ha sido vital. Lo han aconsejado bien y él se ha dejado aconsejar.

No olvidemos algo clave: la fidelidad en un mundo acostumbrado a romper cerrojos y promesas a diario. Giannis quiere seguir en Milwaukee y en vez de pedir más estrellas, mejora lo existente. Vive el básquetbol a la manera de otras épocas: menos excusas y más trabajo.

Por lo tanto, hoy el ambiente del básquetbol se debate en una elección entre Joel Embiid y Nikola Jokic para MVP. Parece que para estar en esa discusión no importa cuánto se gane sino cuantos puntos, cuantas asistencias y cuántos rebotes se tenga en la planilla. ¿Ganar? Después lo vemos. La NBA tiene para quien escribe un problema recurrente hace años: premiar a los mejores en serie regular, cuando claramente nadie juega la serie regular como se juegan luego los playoffs.

Giannis Antetokounmpo no tira como Stephen Curry, no baila como Kevin Durant, no se postea como Joel Embiid, no la pasa como Luka Doncic y Nikola Jokic, pero es mejor que todos ellos.

Los Bucks ganan, gustan, convencen y dominan la NBA. La realidad está al alcance de los ojos.

Es cuestión de empezar a mirar, de una buena vez, al lugar que corresponde.

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